Si el concierto de Francesco Tristano del año pasado, organizado por bulthaup en el espacio Flowers by Bornay, resultó memorable, el de este pasado noviembre, celebrado en el mismo escenario, aportó novedades que enriquecieron y crearon nuevas resonancias al arte de su interpretación pianística, a veces íntima y ensoñada y otras arrebatada y vibrante.
En esta ocasión, el piano, desplazado hacia el centro de la nave coronada con un artesonado de grandes vigas de madera, se veía enmarcado por un denso fondo vegetal, realzado a su vez por una instalación de luces sabiamente dispuestas: una alegoría de la selva, de un más allá escondido y misterioso. Un foco cenital creaba un halo de luz piramidal que al descender delimitaba el espacio dentro del cual se encontraba el instrumento: un cuadrado cuyos límites lumínicos definían el espacio de la creación, el ámbito de Francesco Tristano. Finalmente, de una oculta máquina de humo emanaba una bruma sutil que aportaba a la escena una textura onírica.
El concierto, al que asistía un reducido grupo de clientes y amigos de la marca, consistió en un desgranamiento de piezas de Bach, John Cage y del propio Tristano enlazadas en un seductor discurrir sin solución de continuidad, un monólogo contrastado en el que tenían cabida desde la música barroca hasta la minimalista y la percusiva.
Lo que define a Francesco Tristano como intérprete es su capacidad para arrebatar al público de su realidad cotidiana y transportarlo a otro plano de sensibilidad: una dimensión en la que armonías y ritmos se corporeizan, en la que música y vida se entrelazan y acaban fundiéndose en un todo. Y mientras Tristano oficiaba de médium de ese misterio siempre renovado que es la música, los asistentes escuchábamos en silencio, hipnotizados por el cuadrado luminoso de donde surgía aquel lenguaje hecho a partes iguales de emoción y racionalidad.
Una vez acabado el concierto, llegó la hora de los aperitivos creados por Nandu Jubany, que una vez más nos deleitó con un despliegue exquisito y contrastado de sensaciones gastronómicas.
Después, ya relajada la etiqueta, Francesco se volvió a sentar al piano. La gente deambulaba a su alrededor y hubo quien se atrevió a traspasar la barrera mágica del cuadrado luminoso para apoyarse en el piano y saborear la música más de cerca. Mientras, el artista, dejándose llevar por la libre asociación y el estado anímico, iba ejecutando piezas, algunas de ellas de su último disco.
Fotógrafo: Adrian Pedrazas Profumo