Es de nuevo octubre y hemos regresado a La Ricarda por tercer año consecutivo. Lo que en 2015 fue una experiencia iniciática y en 2016 un reencuentro, en esta tercera ocasión se ha convertido ya en una especie de peregrinación. La generosa hospitalidad de la familia Gomis-Bertrand ha hecho posible una vez más que la magia de esta casa extraordinaria, paradigma de una arquitectura moderna respetuosa con su entorno, el delta del río Llobregat, sea de nuevo escenario del encuentro entre distribuidores y clientes de la comunidad bulthaup.
Es un día de otoño que, a pesar de los malos augurios meteorológicos, resulta cálido y soleado. De nuevo el arquitecto Arturo Frediani y Marita Gomis, hija de los propietarios iniciales, nos ilustran desde dos perspectivas distintas, la técnica y la vivencial, las estancias que atravesamos: el salón, el comedor, el ala de los niños, el pabellón exento del matrimonio, solo unido al resto de la vivienda por una galería de comunicación recién restaurada... Cada rincón depara una sorpresa, una perspectiva inusitada, una invitación a la contemplación.
Y para culminar este encuentro en un escenario tan memorable, una vez acabada la visita, los invitados nos reunimos en el jardín donde de nuevo el genial Jordi Vilà nos ha preparado una experiencia gastronómica emocionante. Primero llegan los aperitivos: las croquetas como las de la abuela, las terrinas de paté, el salmón ahumado con un sorprendente aroma de cítricos, las cocas de tartar de ternera con mantequilla al Café de París... Los invitados se relajan, picotean y deambulan por el jardín donde el sol aprieta; aparecen los sombreros. Es la hora de los reencuentros, de la charla distendida, de las exclamaciones de aprobación por los sabores que Jordi nos descubre.
Tras los invitados, se despliega una larga mesa, con su mantel claro y sus sillas de tijera. ¿Una boda siciliana? Lentamente vamos tomando asiento. Los vinos (un xarel·lo y un merlot, ambos del Penedés) invitan a la complicidad y la charla informal a la espera de la comida. Y una vez más Jordi Vilà no decepciona. La crema de verduras con ravioli de anguila ahumada y espinacas es delicada y a la vez intensa. El pollo del Prat, el renombrado pota blava, en homenaje al lugar en que nos encontramos, asado con limones, tomillo y olivas resulta apoteósico con sus acompañamientos de ciruelas y piñones, endivias a la naranja o berenjenas a la mostaza.
A esas alturas, en la mesa ya parece realmente que se está celebrando una boda; solo faltan los novios. Los brindis se suceden y los comensales muestran con sus risas que el encuentro es todo un éxito. Por fin, llegan los postres: los buñuelos de crema, la macedonia de frutas, el tiramisú para hacer más italiano el ambiente...
Sin darnos cuenta se nos ha ido la tarde. El sol comienza a ponerse tras los pinos y la atmósfera del crepúsculo nos invita a la meditación. Es la hora de las últimas fotos, de las felicitaciones entusiastas al chef, de las despedidas.
De nuevo La Ricarda con su magia ha conseguido el milagro de hacer que nos olvidáramos de nuestras preocupaciones para compartir un presente absoluto hecho de belleza y gozo.